El Día de Muertos, según la cosmovisión indígena y la UNESCO (que lo incluyó en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial), se conmemora para recibir las almas de aquellos que han abandonado el mundo terrenal. Para comprender en qué consiste y por qué se celebra, es importante que nos remontemos a su origen.
Las primeras comunidades mexicanas ya celebraban esta fecha desde tiempos prehispánicos, en la que se conmemoraba que las ánimas de los difuntos regresaban de forma transitoria a casa para convivir con los familiares y degustar los alimentos que estos les dejaban en los altares pues eran los que disfrutaban en vida. La muerte era sinónimo de culto y alabanza.
Con la llegada de los españoles y sus ritos católicos, se produjo una conjunción entre ambas costumbres, dando lugar a lo que hoy se conoce como el “Día de Muertos”.
A pesar de que las celebraciones completas del Día de Muertos se llevan a cabo entre finales de octubre y principios de noviembre (especialmente para aquellos que siguen las tradiciones indígenas), existen días concretos en los que se rinde culto a distintos difuntos, según la edad y el motivo por el que fallecieron.
El 1 de noviembre se dedica a los más pequeños y se llama concretamente “Todos los Santos”. Los “Fieles Difuntos”, el día 2, se dedica a la memoria de los adultos. Estos son los dos principales días de festejo, pero en algunos lugares, el 28 de octubre se destina a los que fallecieron por accidente o de forma trágica, y el día 30, a los “limbitos” o niños que murieron sin ser bautizados.
Según un estudio realizado por el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), el Día de Muertos supone la tradición más importante para los mexicanos y es celebrada por más del 76% de las personas.
Esta fecha en México es mucho más que altares, la unión con la familia es una parte esencial de este día en el que se recuerda a los que ya no están, pero nunca con tristeza y siempre dando a la vida la importancia que merece.